miércoles, enero 25, 2006

Camila Cortés II

Este calor no me está dejando dormir. Me gusta el invierno, lo prefiero de todas maneras. Me gustan las bufandas y los guantes, los chalecos y los sweaters, los paraguas ¡qué lindos son algunos!; la gente camina rápido, esquiva las posas, lleva las manos en los bolsillos, y su respiración se vuelve inestable. Me gustaría pasar un invierno en Paris. Con esta temperatura tan elevada es difícil hasta pensar, por eso escribo, porque no puedo dormir, porque mi mente no está hilada, pasan por ella ideas y situaciones inconexas; escribo porque no tengo nada más que hacer, y antes de darme infinitas vueltas en mi cama, prefiero levantarme, encender la lámpara, mirar la brasa de un cigarrillo mientras lo aspiro, tomar un lápiz, una hoja, y escribir hasta que mis dedos (o mis ojos) se cansen.
Muchas veces he pensado en hacer una novelita relatando algunas cosas de mi vida y otras inventadas. Sería entretenido, aunque claro, en mi vida no hay cosas muy contables, por lo que deberé procurar exagerar ciertos hechos y emociones para darle más dinamismo y fluidez, algo que muchas veces escasea en mi cotidianeidad. Generalmente las situaciones se presentan sin previo aviso, sin nada que las hacía presagiar, sin un movimiento anterior, lo que las hace parecer fragmentadas y fuera de toda fluidez. Pero omitiendo ese detalle, creo que podría apelar a mi imaginación para llenar esos vacíos de continuidad que se han presentado muchas veces ante mí, y que he tenido que soportar obligadamente. Algunos lo llaman “tedio”, y no sé si esa denominación calce a la perfección con lo que me sucede, o le sucede a mi vida, porque el tedio está íntimamente ligado (por lo menos en aquellos que piensan en eso) a la existencia, a la esencia de la existencia, y yo no sé si la existencia es en si misma una discontinuidad abismante, vacíos de fluidez, o justamente todo lo contrario. Bueno, de todas formas creo que la imaginación puede aportar mucho para dar la apariencia de fluidez y de continuidad, así no me detendré en cavilaciones que poco claras son para mí.
¿Cómo se comienza una novela? Nada sé de tecnicismos ni de estructuras. Probablemente si esto lo leyera un literato, me asesina, pero como no pretendo llegar a esas mentes estudiosas y tan académicas (es mas, no pretendo llegar a ninguna mente), me conformo con dejarlo tal cual, como salga.

A ver, ordenémonos, hay que buscar una frase que sea un buen comienzo para mi novelita de cuarta. Veamos las posibles opciones:
“Nací el 29 de febrero, año bisiesto…”
No, me parece poco original y demasiado auto referente. La siguiente:
“Cuando por primera vez vi la luz del día…”
No, demasiado poéticamente falso. Otra:
“Según me han contado, porque no lo recuerdo, nací el…”
Estamos mejorando pero aún no me convence.
“Quiero relatar aquí mi historia…”
No, no me gusta comenzar con un verbo. De inmediato te sitúa en la acción, en ese origen de todas las cosas que me supera ampliamente. Aquí no vamos a hacer una Biblia como para decir “En un comienzo fue el verbo”, o lo que es lo mismo, “En un comienzo fue la acción”. El comenzar con un verbo me sitúa exactamente allí, en ese comienzo (no me gusta esta palabra), en ese origen atemporal en donde la acción hizo lo suyo. Aquí adiós al verbo, por lo menos como origen.

“Cuando mi madre me dio a luz…”
¡Por dios!, no encuentro ninguna frase para comenzar. No me gusta comenzar con un adverbio temporal, porque eso indicaría un cierto orden en los hechos que quisiera contar que no existe en realidad. Porque si bien ocuparé mi imaginación como para darle alguna conexión a los eventos que me han pasado y algunos otros que inventaré, en realidad no fueron así, sucedieron torpemente, uno al lado del otro, al frente, contra, bajo, desde, de, sobre, sin ningún orden lógico-temporal. Bueno, de todas maneras me parece entretenido darse cuenta de que en realidad las cosas simplemente suceden, que no caben en esquemas ni conceptos racionales cuadrados ni circulares ni triangulares, sino que caben en los disformes, en aquellos que son cómo un elástico. Imaginemos un elástico. Lo estiro, lo encojo, lo tomo con más dedos, se mueve fácilmente y se adapta a cualquier forma que yo quiera. Hay que ser precavido de todas maneras, porque mientras más lo estiro, más riesgo hay que se rompa y zás! que golpe más brusco y doloroso te llega justo en el nudillo. Sigamos con el elástico. Entonces lo tomo entre mis dos dedos índices, los separo un par de centímetros y veo cómo se estira a medida que la distancia entre los dedos aumenta. Lo noto muy tenso, y para evitar golpes, mejor acorto la distancia y lo dejo más lacio. Dejo el elástico sobre la mesa. Y allí, sobre la madera, lo tomo con las uñas. Hago distintas formas sobre la mesa. Primero parece una estrella, puedo hacer un círculo y todas las figuras geométricas planas que se me ocurran y que existan. Pero no, no quiero geometría tampoco. En fin, me aburro del elastiquito ese y lo dejo tranquilo. Al final, sólo pretendía dar un ejemplo de lo que estaba pensando.


[hora real: 1:47 pm]

1 comentario:

Unknown dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.