domingo, febrero 26, 2006

El Regreso

Volver a la mismidad después de haber salido de ella.
Volver a la ciudad que te ha visto vagabundear una y mil veces.
Volver a la casa que te esperaba con la puerta entreabierta.
Volver a las preocupaciones y ocupaciones de siempre, rutina le llaman algunos.
Volver a pisar el mismo suelo y a dormir en la misma cama.
Volver a ver a la misma gente.
Volver volver volver, una y mil veces el eterno retorno de lo mismo que se manifiesta implacablemente, ¿existirá el antiretorno?, sería como un volver hacia atrás cambiando de dirección, o tal vez un hacer y deshacer caminos (no, eso sería retornar, descartado), un desavanzar tal vez, o un quedarse donde se está para permanecer en la estaticidad de los momentos que sobrevienen unos a otros sin otra conexión que el azar. Pero ¿qué pasa cuando se quiere estar y no estar a la vez? pasa que los puntos cardinales pierden todo el sentido y no son más que un conjunto de sonidos y vibraciones con eco directo al espíritu, que las siente y las re-siente perturbado sin saber qué hacer con ellas, para finalmente abandonarlas y dejarlas pasar.
Es increíble que en regresos como este el espacio-tiempo se presente tan diferido.

viernes, febrero 03, 2006

Camila Cortés IV

Muchas veces me parece que hay ciertas horas del día en que baja algún tipo de emoción o estado especial. Esto debe entenderse correctamente, no es que ciertos días a cierta hora me baje el ataque de algo, sino que es la hora la que me tiene absolutamente determinada. Por ejemplo me pasa muy a menudo que si despierto a medio día, me dan ataques viscerales e incontrolables de hambre, lo que no ocurre si despierto más temprano. Entonces, al medio día lo llamo “la hora del hambre” (creativo no?). Otra hora que me perturba sobremanera es a las 4 a.m. Si estoy despierta a esa hora, suele darme asco el cigarrillo, asco las sábanas y el agua; sí, no puedo tomar agua a esa hora de la madrugada. A esa hora la llamo “la hora repulsiva”. También he llamado “la hora más larga” a las 2 p.m., los minutos son eternos y todo lo que pudiera hacer a esa hora me parece de una lentitud poco tolerable que me impacienta y enajena. Generalmente almuerzo a esa hora, y la comida la intento pasar lo más rápido posible, sin poder así evitar sentir como el alimento se revuelve en mi boca, cada mordida, cada desgarro de las fibras vegetales y su paso por el esófago para caer pesadamente dentro del estómago. Es realmente terrible.
El párrafo anterior debería borrarlo, es escaso en ideas y en conexión. Debería, debería, maldita palabra que me recuerda irremediablemente a Kant con su famosa ética. Por dios, tengo la cabeza llena de basura.
Bueno, busqué una frase para comenzar mi novelucha y no la encontré, por lo que he decidido comenzar con un autorretrato. Ignoro su estructura, su cuerpo y su fin, pero lo haré de todas maneras. Creo que es bueno escribirse a uno mismo, siempre escribo a otros, nunca a mí, y como la curiosidad en estos momentos a alcanzado altos niveles de invasión, entonces he de escudriñar un poco en mí para poder ver qué es lo que encuentro. Muy esperanzada no estoy, espero por lo menos hacer una descripción física aceptable.

Autorretrato

Soy una tipa normal. De esas que pasan por la calle y que se confunde entre la gente. Menuda de tamaño y nariz escasa. Cara indefinida, ojos grandes, cejas marcadas y mentón pronunciado. Labios gruesos y dientes blancos. A veces cuando sonrío me salen margaritas. Mi cabello, ay mi cabello!, suele estar desordenado y de diferentes largos. Ahora está muy corto, masculino, por el calor. Mi pereza me juega malas pasadas. Vivo en un frágil equilibrio que muchas veces no sé dónde está. Acerco un espejo a mi cara y la miro bien de cerca. Veo algunas futuras arrugas, pequeñas rayas que se notan en mi piel, bajan desde el costado de la nariz pasando por el final de mis labios y terminan definiendo los límites de mi pera. Me han dicho que mi cuello es largo. Me fascinan las clavículas sobresalientes, pero las mías están mas bien ocultas.
Ni bonita ni fea, ni tonta ni inteligente. Es el intermedio lo que me enferma. Me gustaría tener el coeficiente intelectual subnormal o sobrenatural, ser espantosa o muy bonita. Pero no, con los rasgos poco definidos y el cuerpo mas bien chato, no puedo pedir más.
A veces pienso que pienso. Sí, como Descartes. Salvo que eso no asegura mi existencia, porque yo no sé que existo porque pienso, sino que sé que existo porque respiro. Por mis facultades vegetativas es que sé que existo. Ahora, entiendo perfectamente que esa existencia natural no es a la que apunta Descartes, pero como no soy ninguna pensadora brillante ni metafísica como para andar en esas cavilaciones, prefiero ser bien básica y decir que existo porque respiro. Esa es mi sentencia. Respiro, ergo sum. Nada de cogitare aquí, respirare es el verbo.

Makes me happy

Algunas veces pienso.... sí, pienso, o eso intento por lo menos.
Algunas veces creo que todo está mal-bien, no es necesario correr ni esconderse, ni llorar ni dramatizar, simplemente estar ahí y observar cómo es que van sucediendo las cosas, interviniendo de vez en cuando y otras padeciendo.
Muchas veces me he dejado arrastrar por las circunstancias, no he puesto el freno cuando debía ni he actuado cuando debía. Ambas actitudes han tenido algunas consecuencias indeseadas y amargas, ¿cómo saber qué actitud tomar?. Ahh!, el maldito equilibrio es inencontrable. Makes me happy.

[hora real: 03:57 am]