martes, octubre 31, 2006

En Octubre llueve

Mientras tanto la tormenta gritaba desgarradoramente. Yo enmudecí.
Él, toscamente, cogió un papel en blanco y se dispuso a escribir, pero en realidad esa noche no se podía concentrar como lo deseaba. Entonces quiso salir a refrescarse, y que mejor que aprovechar el desesperado llanto del cielo inmenso para hacerlo.
Mientras tanto, yo no podía distinguir si la tormenta estaba fuera o dentro y sí que era complicada la tarea de comprender de dónde venían esas gotas tan gordas y llenas de todo aquello que se desea arrojar lejos de uno. -Es increíble- me dije -la distancia que hay entre una gota y otra-. Así que como buen caminante, me dediqué por unos minutos a recoger aquellas que no se habían quebrado con el impacto al suelo. Vi unas preciosas que reflejaban distintos tonos de lo mismo, vi otras, por el contrario, que daban sus últimos saltos antes de aquietarse para siempre, y las había también -las más tristes- aquellas que eran pequeños reflejos de mi rostro.
Como ya es costumbre, por la pena o el nerviosismo, quizá, prendí un cigarrillo. De aquellos fuertes que valen la pena fumar. Esperaba que ese humo tan virgen y dañino fuera un testigo implacable. Mientras veía sus brasas y el humo azulado, sentí unos pasos fuera de mi ventana, no quise asomarme, sentí un miedo absurdo, hasta que pensé, y me tranquilicé pensándolo, que podía ser él el que salía, como de costumbre, a estas horas de la noche.
De pronto lo sonidos cobraron sentido y lógica, pero extrañamente me invadió un frío tan intenso... El frío del que te hablo, es mucho más de lo que puedes imaginar: algo mucho más inmenso que tu soledad o tú invento envenenado. Creo que se puede comparar con ese frío que sientes justo antes de recibir aquella noticia que te desgarrará el alma.
Hay clases y clases de frío. Existe el frío físico, o aquel del ambiente y clima. También está el frío de las personas, o el frío íntimo. Pero este frío, del que te vengo a hablar es mucho más avasallador que cualquier anterior.

Sin duda eran sus pisadas, y era ese maldito perfume que dejaba esa estela hiptonizadora que tanta hambre me da. Y me volvieron esas antiguas ganas de escupirle en la cara, de gritarle y maldecirle como nadie antes lo ha hecho, y mi espalda se retorcía, y mi estómago quería devolver lo que tenía adentro, y mis manos sostenían el cigarrillo tembloroso, y mi cuerpo se resistía al movimiento, y mi voluntad estaba echa pedazos, y las gotas, esas malditas gotas delatoras que lo decían todo, y mi boca quería, sí, quería, y nada obedecía a mis impulsos... las lágrimas cayeron rápidamente, como gotas.
Él permanecía inmóvil, y yo comencé a recordar toda esas imágenes que se suponían estaban en el tacho de la basura. Los días perfectos que solíamos tener, los consejos que me daba, cuando me hacía dormir contándome esas viejas y maltrechas historias, y como todo de pronto se fue evaporando, cual gota de agua. No puedo creer que le fue tan fácil. El perfume de su crema de afeitar llegaba sin ninguna clase de respeto a mi sensibilidad, sus comidas y mariscos, y ese abandono. ¡Ese maldito abandono! que me hizo odiarlo tanto, que preferí encerrarme meses, antes de poder volver a toparme con todas esas cuadras en donde había quedado tatuado su espíritu.

Respiré profundamente y mentí.

Esbocé la sonrisa más perfecta que pude, me erguí en la silla y esperé a que entrara en la habitación, como tantas veces lo hizo. Creí que ese momento iba a aparecer su silueta desdibujada en la sombra, deseé que así fuera, lo deseé con pasión y desdén, recordé su esbelta fisonomía de aquella tarde en que todo parecía brillar con un tono desconocido, y comenzó la tormenta nuevamente. Y durante toda la noche las gotas no cesaron de suicidarse.
Mi respiración se agitaba, gotas de sudor corrían por mis sienes, cuando por fin sentí unos zapatos que chocaban con el piso cerca de mi habitación. Los latidos de mi corazón aumentaron. Preferí no prender otro cigarrillo por respeto a él. Pero era extraño, después de tanto tiempo me nacía sentir un respeto hacia él. El sonar de sus suelas se agudizó, y justo antes de entrar por aquella puerta -mágica entrada al infierno invernal- sentí un apretón justo en mi cuello...
Salté de la silla y caí al suelo. Cerré mis ojos y no quise saber nada más, ni de mí ni de él ni del mosquito feroz que me había picado... no sé cuánto tiempo pasó, lo que si sé es que sentí la puerta que se abría, apreté con más fuerza los ojos y sentí miedo, nuevamente, de lo que pudiera suceder. Mira, era de esas veces en que lo inevitable se presenta con la fuerza de lo inesperado, y te quedas ahí, gélido, queriendo no vivir ese momento, anhelando que todo pase lo más rápido posible, y cuando ocurre, te das cuenta de que todo ha cambiado, y que ya no hay vuelta atrás. De ese tipo de momentos es el que estoy hablando.

Entró tratando de no hacer ruido. Pero lo hizo, como siempre. Me miró y preguntó: -¿Viste que lluvia hay fuera?... ¡Terrible!, y en pleno octubre-.

Yo, con los latidos a más de cien mil le contesté : -Ni siquiera me había percatado-. Él tomo uno de mis cigarrillos y se fue sin cerrar la puerta. Entró una de las brisas más heladas que he sentido en mi vida. Era un frío intenso, que yo no creía merecer. El frío del que te hablo, es mucho más de lo que puedes imaginar: algo mucho más inmenso que tu soledad o tú invento envenenado. Creo que se puede comparar con ese frío que sientes justo antes de recibir aquella noticia que te desgarrará el alma.

Tiritaba tanto y tan fuerte que no pude cerrar la puerta. Me desnudé ahí mismo, en el piso, y mi desnudez fue más verdadera que nunca. Entonces comprendí, de pronto, que en realidad no hay que abrigarse cuando se siente ese frío, lo mejor es sacarse todo, y no importa si en el desnudamiento caen trozos rotos de ese algo indecible, o si la gotas de la lluvia te mojarán el cuerpo, lo que importa en ese momento es la profunda certeza que se siente. ¿De qué?, aún no lo tengo claro.

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Pablo Gutierrez y Bárbara C. Preisler
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Pablo Gutierrez

3 comentarios:

Pablo Gutiérrez. dijo...
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Pablo Gutiérrez. dijo...

No sabes lo que puedo llegar a sentir al leer esto. Al leer lo tuyo, como de un juego pueden salir de nuestro interior todo ese flujo de ideas, sentimientos y pensamientos tan fuertes. Entre broma y broma la verdad se asoma.
Y no quiero basar mi comentario en elogios o críticas no constructivas, sino en sólo alegría por haber escrito todo aquello que jamás se volvera a escribir.
Saludos cuñadita, el resto de los textos me han dejado boquiabierto.
=)

Pablo Gutiérrez. dijo...

Queremos leer más textos!
deléitenos, cuñada!
(=
¡Musu para usted!