martes, agosto 01, 2006

Valdivia

Y aquí estoy, he llegado.
Parece que nada ha cambiado mucho, los muebles, el olor a humedad, la pulcritud -vaya qué limpieza-, "mi" pieza, los cuadros, las plantas, algo que se cocina en el horno, la radio que apenas suena, mi niñez, mi adolescencia, mi yo que no me abandona.
Qué lindo es pasear nuevamente por estas calles húmedas, respirando el misterioso olor de las ciudades sureñas -una mezcla de río con leña quemada-, viendo a la gente con sus mejillas sonrojadas, las bocas sin dientes, los niños moquientos -mocosos-, la plaza, las micros recicladas de stgo., los tecitos, los pasteles y los strudel.
Claro, quisiera vivir aquí, pero sé que no podría. Casi todos los lugares que he conocido me parecen agradablemente habitables -para que, en un futuro no muy lejano, pueda irme de stgo.- pero probablemente viva donde menos me lo espere, en un lugar que aún no conozco y cuyas calles no he tenido el placer de pisar.
Esta ciudad me sube el ánimo. Me reconforta. Es linda, muy linda. Quería escribirte y retrarte con bellas palabras, pero el lenguaje me abandonó. Quise dibujarte, pero mis dedos no saben tomar el lápiz. Quise pensarte, pero mis ideas escasean. Quise vivir contigo, pero mi camino aún no se encuentra contigo.
Y como no tengo más palabras, ni siquiera alguna podrida y partida en dos, mejor te respiro, que es lo que mejor puedo hacer contigo.

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